11 de septiembre


Durante la semana se había estado planeando la lucha. La mañana se camuflaba en la brisa de las nubes; el canto de los pájaros parecía cada vez más cálido. El programa para el día comenzaba a formarse con una secuencia de pancartas.


Antes de que el sol se plantara en mitad del cielo los guerreros se preparaban; pintaban sus escudos, afilaban sus espadas. Los cánticos de clamor se alzaban como una sola voz.  Llegaba el momento de la confrontación.


Se salió del antro como un ejército con ganas de victoria. Los líderes protegían el frente del grupo. Ellos producían las primeras estrofas del verso y el ejército, como uno solo, continuaba frenéticamente el resto del canción.


A la vista de un pitufo, el grupo mostró sus escudos. La calma producida se notaba desde un millar de kilómetros. Un grito al aire garantizó que, como el ejército espartano, avanzaran con fulgor y algarabía, atravesando así la barrera que les proponían.


Su forma de guerra pacífica había funcionado. Los policías se alejaron. El camino prosiguió cruzando un desierto negro y un cañón de vociferantes sonidos. Los personajes aturdidos rompían las propuestas del estado bandido.


Llegó el momento esperado, los mirones hablaban de lo que había pasado. El ejército se tomó la plaza en busca de su único objetivo: luchar por la educación que hacia años les habían prometido.



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