Mi muerte era ella



Ella se alzaba entre los árboles, alas negras salían de su espalda abriendo heridas, varias heridas, la sangre corría a través de su ropaje, plumas oscuras se esparcían por todo el lugar. Nunca la había visto tan bella como esa noche, escondido detrás de un árbol, presenciando el espectáculo que me traería a la muerte.

La había conocido hace unos años mientras me tomaba un café en la ruta 58, ella entraba generando miradas por doquier, yo por mi parte daba la espalda a la entrada  mientras leía el periódico de hacía dos años. Utilizaba ropa oscura para ocultar la delicadeza de mi piel ante los rayos del sol, por ello nadie se atrevía a acercarse, incluso la mesera siempre me llevaba lo mismo aunque yo pidiera otra cosa, era la costumbre la que me hacía volver al lugar cada mañana.

Ella se acercó y se sentó al frente a mí, las miradas nos rodeaban, la belleza de ella con la innaturalidad de mi apariencia, formaban una novela de chismes. Ordenó y era la primera vez que la mesera se acercaba tanto, el lado de su cuerpo que estaba cerca a mi temblaba mientras que el otro lado se relajaba, pidió panqueques con jugo de naranja y se quedó observando el reverso del periódico. Por mi parte, tomaba sorbos de café y terminaba de leer las desgracias pasadas. Debe estar confundida, pensaba y me reía para mis adentros. Su comida llego y yo terminé los últimos sorbos del café,  puse la gorra en su sitio y la capota encima de ella, deje el dinero de ambos pedidos con la propina sobre el periódico y salí del lugar. Me puse la pañoleta para no antojarme de los olores humanos. Quedaba totalmente cubierto, pasé mirando a través del cristal que daba  a la calle, la chica aún seguía con su desayuno, era preciosa.

Pasaron varios días de la misma manera, yo llegaba a tomar el café, leía, la esperaba, terminaba mi café, pagaba y me iba. Aunque conocía su presencia nunca la seguí,  siempre la observaba a través del vidrio y esa imagen me servía para continuar con el día. A veces algunos pretendientes se le acercaban cuando yo me marchaba, y ella cambiaba de lugar o conversaba con ellos si eran muy guapos, pero siempre volvía al día siguiente; en ocasiones algunos valientes fortachones se acercaban y se interponían entre mi lectura y mi café, la valentía les cobraba una factura, ella se levantaba y con una patada apuntada a las gónadas los hacia marchar y se volvía a sentar a comer su desayuno, me protegía aunque no lo necesitara.

En temporada de caza, dejaba de ir y al volver ella seguía allí esperándome, como un niño cuando espera a su madre en el mercado, ella trataba de mantener su naturalidad leyendo algún libro, o hablando por teléfono alzando la voz para que yo me enterara donde estaría, y siempre estaba allí, observándola desde las alturas, escondido en la oscuridad.

Era otoño, rompiendo la rutina, ella comienza a hablarme, era como hablar sola, incluso me susurraba para que los amantes de las noticias no escucharan. Sus ideas eran tanto locas como comprensibles e iban desde las noticias hasta el sexo. Un día, ella me arrebato el periódico en un episodio de euforia, todo el lugar se paralizo, pero yo ya estaba en la entrada saliendo del lugar, me empezó a gritar y dejo su desayuno matutino para seguirme y con cuchillo en mano corría detrás de mí, aproveche un callejo para dejar mi gabán y poder escabullirme por la parte de arriba. Ella lo tomo y lo apuñalo como si fuera yo su mayor enemigo, sus fuerzas cesaron cuando notó que estaba solo sin nadie que los portara, lo recogió y se lo llevo.

Al día siguiente ella lo portaba con algunos remiendos, los mismos que ella le causo. Lo dejo al lado de mi periódico y se disculpó. Paso todo el rato sin hablar, mirando la ventana, ese día no quiso desayunar. Su energía se empezó a apagar, su belleza había desaparecido y las búsquedas a mi persona empezaron. Trataban de buscar mi cabeza, luchando unos con otros por conseguir la oportunidad de devolverle la vida.

Me aleje por varios años, escapando, asesinando, corriendo, haciendo lo posible para sobrevivir en el bosque. Las noticias me llegaron volando, ella había enfermado y no había cura que le valiera porque ella no quería aliviar. En una noche de luna llena, estuve en su cuarto, observándola desde la ventana, solo veía mi silueta y su sonrisa estaba marchita. Cerró los ojos, la busque en la cama, aun respiraba, la bese y ella alzo su mano, me entrego el periódico que había leído durante varios años y volvió a derrumbarse. El ruido había hecho que vinieran los guardas.

Me cuentan los cuervos, que los días siguientes la vieron caminando por la calle siendo la chica tierna y risueña que había sido antes de conocerme, algunos pensamientos contaban que había llegado un caballero que la beso justo como en los cuentos de princesas, otros decían que habían matado al ser que la maldijo y que en unos días (que jamás llegaron) llegarían al pueblo con la cabeza del demonio. Eran muchas las teorías que se recreaban en el pueblo, y cada día llegaba una nueva, pero mi interés estaba en el trozo de papel viejo y desteñido que me había entregado. Era mi periódico, pero estaba completamente rayado con sus pensamientos, con su historia, con lo que pensaba que yo era, y las cosas que se le ocurrían cuando pensaba en ese momento del día.

Las palabras abundaban y las risas apenas empezaban, vivía de ese papel, vivía de sus palabras de sus pensamientos. No había día en que no lo hiciera. En una noche, luchando con una sombra perdí el documento, jamás lo recupere se esfumo y la vida empezó a estar vacía. Trate de volver varios meses después al pueblo y todo había vuelto a la normalidad pero sin ella, El mismo café, otro periódico, el mismo asiento, los mismo recuerdos, pero sin ella. Se había marchado a otro lugar y no volvería.
Pasaron los años, yo seguía sin envejecer, permanecía en mi bosque, siendo libre. Después de cientos de años había llegado mi turno de partir, por fin moriría en una noche llena, en mi tierra, mi bosque, había hecho todo lo que quería pero solo quería verla una vez más, reluciendo su cabello, sus anteojos, sus ropajes. La abstención de sangre me arrebataría la vida y se llevaría todo.

Los preparativos de mi muerte estaban casi listos, cuando una noticia me llego, visitantes acamparían en mi propiedad, tenía que protegerla hasta mi último suspiro. Por lo que me contaron los cuervos, llevaban armas para casar, eran tres personas, cada una con un arma diferente. Empecé la rutina como siempre lo había hecho, asustarlos, esconderme, guiarlos al claro y transformarme y ver como orinaban sus pantalones mientras corrían gritando. Se escuchaban disparos en cada estación, ninguno había herido a los animales que se escondían en cada estruendo. En la persecución uno de ellos se separó y seguí a los otros dos, después lo olería y lo merendaría antes de morir. Salieron raspados y con varios moretones a la calle, siguieron corriendo hasta la civilización buscando ayuda.

Solo me faltaba buscar al otro humano, pero no podía encontrar su miedo, sus latidos estaban tranquilos, no podía oler su sangre, creí que había escapado saliendo del bosque por otro lugar. Lo deje de buscar, perdonándole la vida. Caminando pensando en lo divertido que era asustar, llegue a mi hogar y alguien estaba allí sin hacer ruido. Parada con un papel en la mano y con mi gabán enmendado en la otra, voltio con mucha furia. Era la chica de la que me había enamorado, era la misma que había dejado el pueblo, era ella, no había duda. Era la primera vez que un humano me veía sin mi protección. Su mirada se clavó en mi apariencia, no lo podía creer, por fin me había descubierto después de tantos años.

Un disparo le atravesó el pecho, y cayo contra la tierra, estaba dirigido a mí y el sujeto que empuñaba el arma debió confundirnos. Desaparecí de inmediato y lo descuartice empezando con un mordisco que le arranco la cabeza de un tajo. Envuelto en sangre socorrí a la chica, pero su vida ya había pasado, llore y grite dejando que el sonido resonara hasta la ciudad, el odio supondría más años de vida. Las lágrimas recorrieron la herida y con un rayo de la luna, ella empezó a flotar, empezaron a nacerle plumas que se convirtieron en alas, hermosas alas negras que envolvieron el lugar en una ventisca. Su herida se sano mientras absorbía mi vida, por fin seria libre y ella tendría todo lo que siempre quiso, a mí.

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